domingo, 22 de abril de 2012

Llegamos a Cartagena


Entrada al Cuartel de Instrucción de Marinería en 2010. En la imagen estoy yo ( treinta y un años después) con mi hija y nuestra perrita "Lluna".

El tren Expreso procedente de Barcelona llegó puntual al andén de la estación de Castellón. A las nueve de la noche ya estaba allí, según lo estipulado. Era la hora de las despedidas. El beso que me dio mi novia fue mojado por los lagrimones que le caían a borbotones de sus ojos. Todos se despidieron. Y entonces un contramaestre nos fue llamando por nuestros nombres y nos hizo formar allí frente a la puerta de acceso al tren.
Nos contó. Sí, estábamos todos. Nos ordenó que subiéramos. Aún me giré para ver otra vez a mis padres y a mi novia, que lloraba desconsolada, mientras yo subía por la escalerilla del tren.
Dentro del tren había ya otros mozos catalanes que iban a hacer el mismo camino que nosotros. Ocupamos asientos que estaban libres, y después el tren partió. Desde la turbia ventanilla del vagón ya no pude distinguir ni a mi novia, ni a mis padres, ni a los padres de mi novia, que también habían venido a despedirme. Ya no los vería hasta saber cuándo.
Lentamente y con cierto estruendo arrancó el tren. En el departamento donde nos sentamos había cierto jolgorio. Parecía que nos íbamos de fiesta...
Antes de llegar a Valencia se puso a llover. Y estuvo lloviendo un buen rato. Se trataba de una simple escaramuza veraniega. Hacía calor. Me acuerdo que hicimos muchas paradas. Y a cada parada iba llenándose el tren. Toda la noche estuvimos de viaje. El trayecto se estaba haciendo agotador. Amaneció. Y Cartagena aún no se divisaba. Dimos buena cuenta de las vituallas que llevábamos con nosotros. En una de las paradas entró un hombre que vendía candados. "Ya sé todos lleváis candados, pero ninguno es como los que yo vendo. Este no lo puede abrir nadie" No sé si vendió ninguno. Poco después bajó del vagón.
Ya con la luz del día, Ángel nos presentó a un amigo suyo de Vilanova d'Alcolea, Domingo. Nos ofreció Trina de limón, que yo acepté gustoso porque estaba sediento. Domingo son contó algunas cosas de la mili que le había referido su hermano. Yo lo escuchaba entusiasmado, porque pensaba que aquello sería coser y cantar. Ya eran más de las diez y aún no llegábamos. Recuerdo que yo estaba realmente cansado del viaje. Y con ganas de llegar al cuartel y empezar ya de una vez con esa historia.
Por fin el tren empezó a entrar en Cartagena. Serían casi las doce. Nos asomábamos a las ventanas para ver las primeras casas de la ciudad. El tren desde la ventana se dibujaba como un gran gusano sinuoso. Ya estábamos en el lugar de destino.
Llegamos a la estación y fuimos bajando poco a poco. Unos militares muy serios nos esperaban. Nos mandaron que les siguiéramos. Fuimos por el centro de Cartagena hasta el Cuartel de Instrucción de Marinería (CIM) que hoy ya no existe más que la fachada. Allí me sorprendió la feroz presencia de unos marineros centinelas. Sin a penas ningún preámbulo nos dejaron entrar. Y allí entramos con nuestro equipaje. Yo llevaba una bolsa marrón de plástico donde mi madre, cuidadosamente había puesto todo cuanto ella creía que me iba a hacer falta. Allí habríamos encontrado un saquito todo lleno de monedas de pesetas, duros y calderilla; porque le habían advertido que en la cantina iban muy mal de monedas para dar la vuelta. También puso una cajita de puritos "redonditos" que por aquel entonces tenía por costumbre fumarme después de las comidas. Así como todo lo referente al aseo. Yo no había olvidado poner en mi equipaje un libro para leer: "El árbol de la ciencia" de Baroja.


Una vez pasadas las garitas donde estaban los centinelas, todos ataviados con sus pertinentes cartucheras y cetme reglamentario, pasamos por un oscuro túnel antes de acceder al luminoso y amplio patio del cuartel. Y allí nos dijeron que esperáramos.

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